jueves, 9 de abril de 2015

PRAGMATISMOS Y RELATIVISMO. C. S. PEIRCE Y R. RORTY. JAIME NUBIOLA

La diferencia entre las personas “satisfechas” y las insatisfechas no tiene que ver con una gradación en el orden de consecución de objetivos personales, sino que una de las diferencias quizás está en que los primeros suelen oponerse a cualquier postura que vaya en contra de la suya, y los segundos, sin renunciar tampoco a sus opiniones, pretenden más bien integrar en una visión coherente posturas que no parecen compatibles.
Me gustaría poner algún ejemplo de cada uno, según lo que se desprende del artículo del profesor Nubiola, “Pragmatismos y relativismo. C.S. Peirce y R. Rorty”, quien presenta una explicación abierta y optimista ante la cerrada posición intelectual predominante que durante siglos ha situado la fundamentación ética en oposición al fundacionalismo cientista. En una crítica abierta a posturas escépticas, que suelen catalogar como estéril cualquier tradición filosófica que tenga alguna pretensión de verdad en lugar de “convertirse” en ciencia estricta. 


Dentro de estas últimas, la postura del filósofo estadounidense R. Rorty va mucho más allá al afirmar que las ciencias no presentan verdades objetivas sobre el mundo. Pues “lo que hacen los científicos es simplemente presentar teorías inconmensurables y eso constituye su conversación, del mismo modo que los géneros y producciones literarias sucesivas constituyen la conversación literaria”, o “¿en qué difiere el tener conocimiento del hacer poemas o del contar historias?”. No se puede negar que esta es una opinión con alta dosis de creatividad, pero lo más llamativo es encontrar un autor que despoje a la ciencia de la autoridad que le había sido concedida desde hace más de cuatro siglos y la humille bajándola del podio para no ser sustituida por otra cosa.
Aunque desde una visión muy diferente, me recuerda a un artículo que leí en el que se explica el porqué del gran avance de la ciencia: «Para conseguir esos resultados, es necesaria una fuerte dosis de creatividad. El método utilizado por la ciencia experimental es una clara manifestación de la capacidad del hombre para trascender lo inmediatamente dado». (…) «No es infrecuente que los temas que son tratados en el ámbito científico de modo riguroso y objetivo, vayan acompañados de especulaciones fantasiosas cuando se llega al nivel de la divulgación».[1]
Las afirmaciones de Rorty son efectivamente creativas, pero sería demasiado optimista creer que lo que criticaba era este tipo de ciencia especulativa y fantasiosa. Más bien parece haber firmado su acta de defunción como ciencia objetiva.
Del mismo modo, pretende “la disolución de la filosofía académica en las diversas formas de conversación de la humanidad, en el arte, la literatura, y demás”. Pero tendría que explicarnos qué significa exactamente este “demás” si no quiere que metamos en este mismo saco a todas las especialidades. Por otra parte, si la filosofía se ha caracterizado siempre por mantener una pugna constante por la verdad, más o menos encarnizada según los pensadores, finalmente y como quiso el joven Wittgenstein, ya “se han solucionado definitivamente, en lo esencial, los problemas”. De hecho no puede haberlos porque no hay filosofía.
Esta es la postura del pragmatismo revolucionario. Pero más que revolucionario, se podría decir del “pragmatismo fantástico”, en el doble sentido de la palabra. De hecho es fantástico decir que no se diferencia el conocimiento del contar historias. Esto podría significar dos cosas: o tiene a la literatura o la poesía en tan alta estima que las equipara al conocimiento científico, o bien la ciencia moderna ha dejado de ser para él una fuente de perplejidades. Tan fantástico es lo primero como lo segundo. Pero lo que sí está claro, es que Rorty se queda satisfecho, y que su postura es bastante cómoda, pues sólo se trata de “continuar la conversación de la humanidad”, y si alguien discrepa no hay problema, porque tu verdad será “lo que puedes defender frente a cualquiera que se presente”. Supongo que tampoco importa si ese cualquiera se trata de una persona real o un personaje de ficción...

Personalmente prefiero la postura de personas menos satisfechas, como C. Peirce, quien “aspiraba a una generalización de las leyes lógicas que rigen la investigación científica, la búsqueda de la verdad para aplicarlas a todas las áreas del saber, incluida la filosofía”. [2] O la del profesor Putnam, que “frente a las dicotomías simplistas entre hechos y valores, entre hechos y teorías, entre hechos e interpretaciones, defiende con vigor y persuasión la interpenetración de todas esas conceptualizaciones con nuestros objetivos y nuestras prácticas humanas”. Se trata de integrar por tanto las teorías, los valores y la vida.




Supongo que estas posturas, al igual que la de aquellos que defienden que no existe un camino único hacia la verdad, porque ésta puede ser abordada desde distintos caminos, es quizá una ardua tarea que requiere un espíritu emprendedor, desinteresado, y profundamente insatisfecho. Es insatisfecho no conformarse con borrar de un plumazo cualquier discusión acerca de la verdad, en tal caso habría que renunciar no ya a contar historias, sino a pensar. Esto me hace recordar una afirmación que se me quedó grabada de un profesor de armonía muy bueno en su materia que tuve hace muchos años: “Ante la muerte sólo hay dos opciones: o piensas en ella y te agobias, o simplemente no piensas en ella. Yo he elegido la segunda opción”.
Pues eso, los satisfechos radicales tendrán que sacar este tipo de conclusiones. Yo me quedo con los otros.





[1] Mariano Artigas. Los límites del lenguaje científico. Veinte claves para la nueva era. Rialp, 1992, pag 113.
[2] Conesa-Nubiola. “Filosofía del Lenguaje”. Ed. Herder. 2013.

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