ENSAYO PRÓLOGO DEL “TRACTATUS LOGICO-PHILOSOPHICUS”
Leo el prólogo del Tractatus, fascinante y sugestivo, como quien se
acerca con respeto a una caja de Pandora que no necesariamente contiene funestos
peligros, pero sí muchos interrogantes. Y me pregunto: ¿sabía Wittgenstein la
trascendencia y el alcance que iba a tener su libro?
El reto se plantea al lector en la primera frase, y seguidamente viene a
decir “quien pueda entender que entienda”. A continuación, en el pozo de los
errores filosóficos se alza el Lenguaje orgulloso como árbitro que limita la
expresión del pensamiento. Ya son muchos siglos los que lleva éste a la deriva
sin que nadie le ponga límite.
Una referencia agradecida a Frege y Russell, que dan un toque científico
a su presentación, junto con una declaración de humildad al estilo socrático,
llevan al autor a terminar el prólogo manifestando su absoluta convicción “de
haber solucionado definitivamente, en lo esencial, los problemas”.
Todo parece indicar en el autor la consciencia personal de encontrarse
frente a una obra que tendría sin duda una gran trascendencia no sólo en el pensamiento,
sino también en el arte y la literatura contemporáneos.
Para empezar, una convicción como la que se refleja en el Tractatus tiene
que asentarse en un contexto: La Viena de principios de siglo, en la que pronto se
desmoronaría el antiguo Imperio Austro-Húngaro, era un auténtico foco de
regeneración cultural donde un elenco de intelectuales y artistas modernistas
compartían sus más profundas inquietudes. Llama profundamente la atención que
tantas manifestaciones científicas, artísticas y filosóficas hayan ocurrido en
un mismo tiempo y en un mismo lugar. «
¿Fue solamente una coincidencia que los orígenes de la música dodecafónica, de
la arquitectura “moderna, del positivismo legal y lógico, de la pintura no
figurativa y del psicoanálisis (…) tuviesen lugar simultáneamente y estuviesen
concentrados, en tan gran medida en Viena?» [1]
Moritz Schlick, Gustav Klimt, Arnold Schoenberg, y una larga lista de genios
artistas e intelectuales testifican que Wittgenstein fue una figura clave, pero
no estaba solo. De igual manera que en la filosofía, hubo también en el arte
occidental un paso a una nueva concepción de la función y de las limitaciones
del lenguaje. Y aunque parezca una contradicción, es paradójico que siendo un
autor al que no le interesaban especialmente ni la poesía, literatura o la
música de sus contemporáneos, «Wittgenstein haya sido entre todos los filósofos
de nuestro siglo, uno de los que han dejado mayor huella en el arte y la
literatura contemporáneos.»[2].
El Árbol vida. Gustav Klimt |
Pensando en las muchas influencias entre el pensamiento de Wittgenstein y
este grupo de intelectuales que se podrían encontrar en internet, sólo hallé
unas pocas opiniones más o menos a favor de esta relación entre los postulados
de los nuevos métodos lógicos del Tractatus y su influencia en las artes. Y un
único libro que somete a examen la relación de la música de Schoenberg con las
teorías de Wittgenstein y el Círculo de Viena. [3]
Las viejas reglas que sustentaban tanto el arte figurativo en la pintura,
o la expresividad y las posibilidades armónicas de la tonalidad en la música
parecían no dar más de sí. Se necesitaba por ello un nuevo lenguaje que
sostuviera estas nuevas posturas que rompen radicalmente con la tradición.
Pero me fijaba sólo en un ejemplo: el Círculo de Viena, que propugnaba una
visión científica del mundo y que tomó el Tractatus de Wittgenstein como
elemento clave del positivismo lógico, y su relación con la Segunda Escuela de Viena, en
la que Arnold Schoenberg inauguró un nuevo sistema de composición musical según
una lógica constructiva que rompía radicalmente los pilares de la tradición de
la música occidental.
Variaciones op 31 para
orquesta, de Arnold Schoenberg. Una obra que presenta la nueva escritura formal
del dodecafonismo
Wittgenstein buscó una lógica subyacente tanto al lenguaje como a la
realidad; una lógica que ponga límite al caos de la expresión de los
pensamientos. Y Schoenberg limitaba las reglas de la composición a la serie de
los 12 sonidos cromáticos de la escala dispuestos según un orden determinado, y
trabajado según varias versiones diferentes: el dodecafonismo. Si después del
Tractatus la trayectoria de la Filosofía no podía ser la misma, después de la
inauguración de la técnica dodecafónica de Schoenberg, la trayectoria de la
Música tampoco fue la misma.
Si “el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que reside más
allá del límite será simplemente absurdo”, ahora es esencial la mediación del lenguaje entre el sujeto y el mundo. Esto se ve en ambos autores.
El problema es que un lenguaje construido desde la lógica podrá ser
perfectamente inteligible y racional, pero no siempre lleva, a mi entender a
una comprensión integral de la expresión personal, que no es siempre
analizable, estructural o lógica.
De hecho, las diversas formas de esta música, llevadas a sus últimas
consecuencias con el serialismo integral, fueron de un resultado sonoro a veces
tan duro y extravagante que aún hoy día sigue alejado del público y de la
belleza, aunque como técnica compositiva sea interesante. Y en Wittgenstein, si
bien ha tenido muy diferentes interpretaciones en el ámbito filosófico, dudo si
se ha llegado a alcanzar la “solución definitiva de los problemas
filosóficos”.
Pero lo que me llama poderosamente la atención es la absoluta convicción
de Wittgenstein de las teorías del Tractatus, al igual que las consecuencias del
mismo, escrito en el momento, lugar y contexto adecuados. Sólo desde una
absoluta convicción personal se puede llegar a convencer a otros, pero el
problema quizá es que la expresividad propia del ser humano no “encaja” bien
dentro de un sistema lógico. Los sistemas pasan, pero los interrogantes
permanecen.
[1] Allan Janik y Stephen Toulmin. La Viena de Wittgenstein. Madrid, Taurus, 1998, pag 20.
[2] Pedro Gurrola Pérez. “La influencia de Ludwig Wittgenstein en el teatro contemporáneo”. Universidad de Barcelona. Departamento de
Historia del Arte. 2002.
[3] James
Kenneth Wright. Schoenberg, Wittgenstein and the Vienna Circle:
Epistemological Meta-Themes in Harmonic Theory Aesthetics, and Logical
Positivism. McGill
University. Montreal. 2001.