jueves, 9 de abril de 2015

“VAGUEDAD”
No es fácil adentrarse en un artículo filosófico para intentar arrojar un pensamiento que pretenda ser sincero. “Vaguedad”, de Bertrand Russell no puede ser una reflexión personal, sino que estará encuadrada de modo coherente en el “cuerpo orgánico” de su pensamiento, que es lo que da sentido a cada idea del escrito. Pero si tuviera que elegir una frase para definir la intención del autor, para mí sería “El lenguaje y su problemática: voluntad de esclarecer la verdad”.
En esta frase más o menos acertada tendría sentido su preocupación por aclarar los problemas que el lenguaje haya podido ocasionar al aplicarse sus propiedades al mundo; así como una cierta crítica al Idealismo, al Empirismo y al Escepticismo; o la demostración de que la vaguedad no está reñida con la verdad.
Si “las cosas son lo que son”, tiene sentido decir que hay vaguedad en toda representación, pero no en los hechos mismos. Por ejemplo si un hombre está incubando una gripe, puede que haya gente que crea al observar su comportamiento, que este hombre está deprimido, o es un poco aburrido. Pero este conocimiento vago no afecta en nada al hecho mismo de los síntomas de la gripe, que se manifiestan en su comportamiento. Cualquier otra interpretación sería vaga, pues la vaguedad es una relación del conocimiento con el hecho, no una característica del hecho en sí.
Al mismo tiempo que “salvaguarda” la realidad, Russell defiende que toda proposición, palabra o concepto, son en cierta medida vagos en la práctica, porque conllevan el concepto de verdadero o falso. La razón es que estos dos conceptos sólo tienen un significado preciso cuando se emplean en símbolos precisos, pero éstos en la vida real no existen. Efectivamente el ser humano puede concebir un simbolismo preciso “celestial”, que aunque no se puede construir en la realidad, podemos aproximarnos gradualmente a ese ideal de precisión.   
A este respecto se me venía a la cabeza un ejemplo de música que puede ilustrar esta idea. Una partitura está llena de símbolos carentes de vida que expresan exactamente cómo son los sonidos contenidos en elle y cómo se interrelacionan entre sí. Y serán los músicos lo que interpretarán esos símbolos, a través de la vibración que sus instrumentos producen a través del tiempo y el espacio. Ahora bien, esos sonidos perfectos están condicionados no sólo por las personas que los interpretan, sino también por las imperfecciones propias que cada instrumento tiene. Así, por muy afinado que esté un instrumento, los sonidos puros no existen en el mundo real. Sin embargo, aunque se tengan en cuenta todas estas limitaciones, la posibilidad de perfección que posee la partitura de una obra es infinita. 



"Pavana para una infanta difunta" de Ravel. Por una de las leyendas del piano del s XX, el ruso Sviatoslav Richter. 
Cuando Ravel compuso su obra “Pavana para una infanta difunta”, al igual que todos los grandes compositores tenía en su cabeza una idea perfecta de cómo es y cómo suena. Por eso al comprobar con desagrado cómo la interpretaban con la orquesta algunos directores, dijo que la convertían en una “Pavana difunta para una Infanta”.
El ideal de perfección es propio de la naturaleza humana, lo que recuerda a la incansable búsqueda del hombre de la verdad y la perfección, a lo largo de la Filosofía, desde las Ideas platónicas, la especulación medieval, o el afán de poseer ideas claras y distintas de los Modernos. La búsqueda de la perfección es una condición inherente al ser humano, al igual que el inconformismo ante su propia limitación. ¿No ésta la razón del enorme avance humano en todas las disciplinas? No nos conformamos con la mediocridad o la imperfección, y cuando éstas pertenecen a la persona son  manifestaciones de una enfermedad, o un virus infinitamente peor que la gripe.  
Por otra parte, Russell afirma que la ciencia ha tratado siempre de sustituir las creencias vagas por creencias precisas, pero ello no quiere decir que el conocimiento vago sea falso. Es más, incluso este conocimiento puede venir corroborado por el testimonio de otros hechos que lo pueden verificar. Al igual que en el lenguaje, el cual aunque tiene un significado multívoco, ello no quiere decir que sea falso.
Ello me parece una conclusión lógica y verdadera, y profundizar en ello podría ayudar a evitar la perenne inquietud humana de poseer una perfección que no es en sí misma propiamente humana. O tal vez la necesidad de tener alguna “certeza”, o más bien seguridad donde apoyar los pies, una especie de “poyete” de las ideas, que justifiquen nuestro pensamiento y nuestra vida.


Hoy día se podría ver esta idea en el afán de que la tecnología resuelva todos los problemas humanos. Por ello no comparto con el autor de que “la física en sus formas modernas, suministra materiales para resolver todos los problemas filosóficos susceptibles de ser resueltos”. Aunque quizá en su época había muchos motivos para concebir tales posibilidades “libertadoras” de la física.
Resolver los problemas filosóficos es resolver problemas humanos, y no es esta una tarea que solo competa a la física, a un lenguaje lógico, o al simbolismo. Y para superar el escepticismo, que quizá hoy día sea más profundo, queda aún mucho camino por recorrer. 

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